martes, 12 de abril de 2016

De Gran Vía a Plaza España.



De Gran Vía a Plaza España lloro desconsoladamente bajo unas gafas de sol.

Lloro por algo tan natural como la muerte de mi abuelo a principio de año.

Aprieto fuerte la mandíbula y no dejo de caminar, rezando para mis adentros que no me choque de bruces con un conocido.
Porque raro es la vez en que no te cruzas en la Gran Vía con un amigo o famoso del mundo del espectáculo.

También me maldigo para mis adentros por qué me tiene que pasar esto siempre a mi puntualmente a los dos meses de la muerte de un ser querido.

Paso por delante de Cabarets, Musicales, anuncios de monologuistas y de comida rápida.

Cada vez que una persona cercana a mi muere, inmediatamente soy incapaz, incapaz, de derramar una lagrima. 
Pero es pasar dos meses y me visitan para darme el último adiós, como Patrick Swayze en Ghost.

Y venga a llorar...
Arden los ojos empapados de igual forma que si mirara directamente al sol.
Pero el día esta velado con nubes y una fina lluvia.
Pese a ello, yo sigo con mis gafas de sol, para que no se note a ojos de los demás la procesión que llevo por dentro.


Finalmente, es llegar a Plaza de España y respirar hondamente.
Enjuagarme las lagrimas de las mejillas y ver ante mi a Cervantes, Quijote y Sancho Panza.

Me siento aliviado al saber que, en verdad, estos sueños no versan sobre gigantes o espíritus hechos de alforjas de vino contra los que luchar, sino más bien aceptar.
Simplemente es el duelo por la muerte de un ser querido.



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