viernes, 30 de mayo de 2014

El lobo de Dale Street.


Durante el mes y medio pasado, he estado trabajando en una empresa de marketing, dedicada al sector de ventas en la instalación para el acondicionamiento del hogar.



Dado la poca experiencia laboral que tengo, cualquier cosa que me cayera en las manos me parecía genial.
Empecé muy motivado, ya que era una oportunidad de mejorar mi inglés, además de aprender otras habilidades desconocidas para mi, como hablar de cara al cliente, vestir camisa y corbata o ser puntual a las 10:00 de la mañana en una oficina.

Más allá de esto, me superaba con creces estar de 11h a 13h fuera de casa, comer mal, caminar 6h diarias por grandes distritos vecinales (más aparte estar de pie en la oficina) y viajes interminables en autobús por unas carreteras que hacían buena la Sierra de Colombia.




Todos eran encantadores en esa oficina y estaban dispuestos a ayudarte a la hora de responder evasivas que puedan darte los clientes, pero de carácter y sentido del humor andan bastante escasos. Eso hacía plantearme a veces que hubiera acabado en una secta o tapadera de dinero negro.
El jefe era un señor hindú orondo la mar de amigable que se jactaba de que hace diez años estaba en la India nadando en el Ganges entre cadáveres (un decir, claro) y ahora se encuentra en el Reino Unido haciendo dinero para su Majestad la Reina Isabel II, Barack Obama y el espíritu de Margaret Thatcher.




Es por ello que me ha parecido interesante leerme 1984, a la par que trabajaba en esta oficina, porque he conocido a una escocesa llamada Lisa que bien me recuerda al personaje de Julia. En la oficina nadie puede compartir aspectos de su vida privada, si saliste la noche anterior o se ha formado una pareja, ya que el Dios Ganesha todo lo ve y todo lo oye.

No llevábamos monos azules como en la novela del Gran Hermano, pero se asemejaba bastante porque las reuniones matinales consistían en gritar consignas en favor del dinero, del esfuerzo, de la superación y de toda la mierda dura que puedas cagar en un vater.



Es por ello, como podéis entender, que para mi el sexo era algo imperativo. Porque cuando llevas tanto tiempo sin practicarlo y encima te lo prohíben, no puedes evitar depositar tus pensamientos y esperanzas en ello, mientras otros hacen garabatos en una pizarra o cuando llamas de puerta en puerta.



En definitiva, visto cumplidos mis objetivos (ganar experiencia y algo de dinero) un mes y medio después de entrar ahí, he salido más que satisfecho.

Porque alguien vendrá y me dirá que en eso precisamente consiste el trabajo, dedicar 11h o 13h diarias. Pues bien, quizá en un futuro lo asimile mejor, pero ahora me niego a trabajar eso para cobrar tan poco. Porque para eso, no salí de España.


lunes, 3 de marzo de 2014

Hare Krishna Hare Hare Hare Rama...


Hace unos días, mi compañero de casa nigeriano me prestó un libro sobre la conciencia de Krishna. 
Es muy fino (92 paginas) y fácil de leer (como es de suponer, un libro religioso nunca te resultará difícil de leer, no son idiotas).
Decidí darle una oportunidad y en ello estoy, leyéndolo.




El libro no me aporta nada nuevo. E incluso las partes en las que deriva la solución de mis problemas al rezo a Krishna, Visnu o una vaca sagrada me parecen irrisorias.

Pero en su defensa, he decir que tampoco es un libro de Paulo Coelho, Alejandro Jodorowsky o @Ifilosofia, que todo el mundo anda compartiendo sus zurullos espirituales y que a mi, personalmente, me parecería hasta más agradable tener una polla acariciándome la mejilla que tener que leer esas milongas.



Ya desde hace un año vengo perdiendo lo que viene a ser la fe en estas cosas. 
Yo he sido bastante sensible a esto durante mucho tiempo: he vivido rodeado de Cristos y Ave Marias en los veranos que pasaba en la casa del pueblo, me bautizaron con 10 años y tomé la comunión con 11 e incluso a veces, al hablar, se me escapa una frase que parezco el padre Damien Karras, que hace que hasta el más ateo se cague encima de la sorpresa.

Pero nada es eterno...y al igual que dejamos de creer en los Reyes Magos (porque descubres que tus padres no quieren desayunar el día de Reyes, después del atracón de nueces y vasos de leche que les has dejado bajo el árbol la noche anterior), se deja de creer en fantasmas, monstruos en el armario y la vida eterna.

Porque no puedes creer que hay alguien ahí arriba mientras aquí abajo se te mueren mascotas, tías-abuelas y actores que te han hecho pasar una buena tarde.


Volviendo al libro, es interesante verlo a veces desde el punto de vista político y social, estando de acuerdo en que tratando de ser feliz con cosas materiales no vas a ser feliz nunca (los británicos tienen un marrón muy grande con eso) o el hecho de seguir a dirigentes que nos prometen pan y nos acaban dando piedras (Marca España).

No hay que profesar ni a Dioses ni al Android que tienes delante por igual, hay que cultivar un poco la felicidad relacionándote con otras personas y capturar momentos esenciales, porque un día no estarán ahí.

No hay que rezar a Krishna o pedir milagros al Papa Francisco, hay que venerar lo que tengas delante: sea un filete muy hecho, una canción, un ser querido o un coño.



viernes, 31 de enero de 2014

Impotencia.





Impotencia es tener el desayuno en la cama y tenerla más blanda que los cuchillos que dan en el avión.

Impotencia es vivir con un par de ingleses la mar de guarros que nunca han visto salir una bolsa de basura por la puerta.

Impotencia es ver que en todo el Mersey no hay una británica decente: chepas, papadas, voz de Piolín y harina para maquillaje.

Todas estas cosas pasan y ninguna tiene solución.
Quizá por el hecho de vivir el año pasado en Polonia, porque cuando ves a rubias naturales con ojos azules y con unas pretensiones tan bajas como el zloty frente a la libra. 


No voy a negar que Inglaterra tiene pocas cosas buenas de las que me había imaginado antes de venir y muchas malas, pero qué coño, como diría cualquier jugador en Las Vegas antes de echar a perder su fortuna: "¿Hemos venido a jugar o no!?".

De momento, al único juego que estoy jugando es al que imponen las universidades aquí: sacarse el IELTS. Después de ello, lo único que resta es volver a casa, comer torrijas por Semana Santa y volver aquí con la esperanza de limpiar un par de suelos sucios (eso nunca falta en este país).


Nada más, me despido hasta la próxima con la frase favorita de D.S Bruce Robertson: 
"Same rules apply, Brother Blades".